Escribo esta nota respondiendo a “¡Qué ganas de ser peronista!”, artículo de Matías Rodríguez Ghrimoldi publicado en el newsletter de Resistencia sobre la enorme movilización del 18/6 contra la cárcel y proscripción política a Cristina Fernández de Kirchner. En esa nota el autor señala que, a pesar de su acuerdo con el contenido de la movilización, “lo que me pasó es que vi un fenómeno enorme, con su impronta y su mística, que no me interpela ni me persuade para nada”.
Identidad y estrategia
Desde el punto de vista de las puras impresiones subjetivas, no tengo mucho que discutir con esa afirmación. Al igual que toda movilización masiva hegemonizada por sectores peronistas y/o kirchneristas, su “mística” no interpela a quienes venimos de una militancia en la izquierda, y/o a quienes durante los gobiernos de Néstor y Cristina sostuvimos posiciones críticas. Por ejemplo, quienes apoyamos en su momento conflictos obreros como el de Gestamp difícilmente olvidemos las alusiones a la “toma del palacio de invierno” con las que la expresidenta condenó la la toma del puente-grúa por parte de los trabajadores.
En ese sentido, y solo en ese sentido, si tomamos la cuestión desde un punto de vista “identitario” y/o afectivo-emocional, quienes venimos de otro tipo de experiencias muchas veces nos vamos a sentir en esas instancias como quien se encuentra en una fiesta y no soporta el género musical con el que todos están bailando. Simplemente no somos el target de esa actividad.
Ahora bien. ¿Es correcto poner las cuestiones identitarias por encima de la lectura política que uno realiza sobre una movilización? No me interesa de ningún modo devaluar la importancia de las identidades político-ideológicas, que juegan un importante rol en la construcción de corrientes y de espacios, en la batalla de ideas, en la movilización de fuerzas. En muchas otras discusiones, yo mismo estaría defendiendo la necesidad de construir desde una identidad independiente del peronismo y del kirchnerismo.

Sin embargo, quien comprende que la sociedad está dividida en clases que luchan entre sí, y que los sectores subalternos poseen en esa lucha sus propias identidades y referentes, entiende que en muchas ocasiones uno simplemente tiene que acompañar -desde un lugar que en muchos casos puede ser hasta de cierta incomodidad- a lo que es el sentir mayoritario.
Y esa es la cuestión de fondo sobre la movilización del 18/6. Lo que se probó una vez más es que entre los sectores populares y medios que rechazan al neoliberalismo y el individualismo, la porción más grande -por mucho- continúa identificándose en mayor o menor medida con el peronismo y/o con el kirchnerismo.
No me interesa aquí tampoco ningunear a la izquierda tradicional que construye por fuera de ese espacio. Quienes pasamos en algún momento por el trotskismo sabemos que existen franjas reales y muy valiosas de trabajadores donde la izquierda tiene una influencia real, tanto a nivel gremial como a nivel político-electoral. El problema es que es un fenómeno muy minoritario, que hasta ahora no rompió el techo del 3% del voto nacional y no muestra señales de que vaya a hacerlo (más aún, en términos sindicales se perdió buena parte de la influencia que se había ganado una década atrás).
Por más que se profetice una y otra vez, el “dique de contención” del peronismo no se rompe y los trabajadores no “saltan la tranquera” hacia la izquierda (alusión a una vieja frase de Jorge Altamira en el medio del festejo febril por la votación de la izquierda en las legislativas de 2013). Y no es una cuestión nueva sobre la que todavía exista poca experiencia: la hegemonía peronista en el movimiento obrero y popular lleva ya 80 años de cristalización.
La izquierda popular
Peor aún, en estos últimos años hay franjas importantes de trabajadores que vienen saliendo del peronismo, pero lo hacen hacia la derecha como puede verse con el voto a Milei (o en otro momento a Macri) en barrios populares, fábricas, etc. Excepto que alguien crea que el primer paso hacia la izquierda sea romper por derecha con lo existente (hay quienes parecieran sostener esta hipótesis, que no muestra ni un gramo de evidencia empírica ni solidez lógica), debemos entender que la principal hipótesis para un proyecto popular humanista-progresista es trabajar con el sujeto socio-político que hoy es mayoritariamente peronista y/o kirchnerista.
Y ahí es donde viene la sutileza. No hace falta volverse “K” uno mismo. Más aún: considero que hay que mantener la independencia político-ideológica con respecto al peronismo y al kirchnerismo. Pero hay que poder construir desde la incomodidad de ser una identidad políticamente minoritaria dentro de un movimiento mucho más amplio. Eso es esencialmente lo que intentó realizar la izquierda popular en los últimos 15 años.

Es verdad que hoy prácticamente ninguna corriente política reivindica abiertamente esa identidad. Tampoco es cuestión de enamorarse de las etiquetas, que pueden ser dinámicas y cambiantes. Pero más allá de la cuestión identitaria, hay espacios (como Patria Grande / Argentina Humana encabezado por Juan Grabois, o el Frente Popular Patria y Futuro que juega dentro del “axelismo”) que construyen dentro del movimiento nacional y popular con algo o mucho de esa lógica.
Establecen en la práctica diversos grados de autonomía con respecto al liderazgo de CFK y a la orgánica del PJ, defienden un programa que otorga prioridad absoluta a los intereses de los de abajo, construyen referencias que provienen de los movimientos sociales y/o de recorridos de militancia popular firme y coherente, levantan una voz de oposición frontal y sin compromisos al modelo de la crueldad derechista, impulsan la movilización en las calles como protagonista central del cambio social.
Inclusive en términos ideológicos estos espacios implican algún grado de superación del peronismo tradicional en la medida en que reivindican el poder popular y se consideran hijos políticos de la rebelión de diciembre de 2001. Aunque no se reconozcan (por lo menos abiertamente) como una izquierda, algunos (especialmente en el caso de Grabois) formulan su perspectiva ideológica en términos profundamente humanistas y reivindican aspectos “socialistas” del peronismo, lo cual marca un importante matiz con el bonapartismo ideológico del peronismo tradicional (sostenido también por la propia CFK, que en cada oportunidad vuelve a reivindicar el modelo capitalista).
La corriente de Juan Grabois también formuló en una reciente entrevista la necesidad de acumular volumen político propio con el objetivo de mejorar su relación de fuerzas dentro de Unión por la Patria (o del frente de unidad popular que exista), es decir, de dar una disputa contra las posiciones dominantes -como las que terminaron llevando a Scioli, Alberto o Massa a la candidatura presidencial de esa unidad.
Mi opinión es que ese es el camino más fructífero para la izquierda: más allá de los matices identitarios, el centro es acumular estratégicamente dentro del movimiento real de los sectores populares, siempre desde una perspectiva autónoma y construyendo empíricamente nuestra perspectiva -por más que no se reconozca en nuestros términos o con “nuestras canciones”, para usar una analogía axelista-. Esto no significa renunciar a ninguna identidad, solo tener la paciencia de no ponerla por delante de todo el resto de las consideraciones.