El oficialismo sufrió una dura derrota electoral en Buenos Aires, lo que reavivó los pedidos de moderación dentro de su propio espacio y desde sectores del poder económico. El oficialismo oscila entre mostrar apertura al diálogo con gobernadores y opositores, o insistir en un rumbo de ajuste intransigente que lo distancia de la mayoría social. En paralelo, las movilizaciones sociales —especialmente las universitarias— y la pérdida de apoyo mediático marcan un creciente desgaste. La pregunta de fondo es si Milei finge voluntad de diálogo mientras mantiene intacto su ajuste, o si, por el contrario, simula una fortaleza inquebrantable que en la práctica ya empezó a resquebrajarse.
En las horas previas a las elecciones en la provincia de Buenos Aires circulaba que un sector del círculo rojo buscaba “albertizar” a Javier Milei tras el escándalo del CoimaGate. La propuesta era bajar el nivel de confrontación, reordenar el gabinete, apartar a los señalados por el caso de corrupción y reconducir el gobierno hacia un esquema más pragmático bajo la conducción de Guillermo Francos como “súper ministro”. Cumpliendo un rol similar al que tuvo Sergio Massa en los últimos meses de Alberto Fernández.
El golpe electoral
El golpe electoral en territorio bonaerense potenció esa tesis. La Libertad Avanza perdió por más de un millón de votos, con una diferencia de 14 puntos.
Ya en el cierre de campaña, Milei había bajado el tono triunfalista: en lugar de prometer una victoria aplastante o “pintar la provincia de violeta”, hablaba de un “empate técnico”. El resultado final fue todo lo contrario: una derrota contundente.
El propio oficialismo contribuyó a su tropiezo. Al nacionalizar la elección bajo el lema “kirchnerismo nunca más”, Milei terminó dándole centralidad a Axel Kicillof y restando lugar a las discusiones locales. El comicio se terminó convirtiendo en un plebiscito anticipado sobre Milei, que quedó reducido a su núcleo duro de poco más del 30%.
En ese contexto, volvió a instalarse la pregunta: ¿será Milei capaz de moderarse o, por el contrario, redoblará su marcha sin concesiones? La noche de la derrota el discurso fue ambiguo: “Tenemos que reconocer esta derrota pero reafirmamos el rumbo del gobierno”.
Las dos afirmaciones son incompatibles: o se acepta el revés como señal de las urnas contra el programa y la orientación del gobierno, o se lo desoye y se insiste con la misma hoja de ruta.
Una de las dos premisas tiene que ser falsa, ¿pero cuál? ¿El Gobierno muestra una firmeza que ya no tiene para mantener a su base cohesionada, o finge voluntad de diálogo mientras mantiene intacto su plan de ajuste? El riesgo es evidente: avanzar sin freno hacia políticas que chocan con una mayoría social que empieza a mostrar cansancio frente a lo que percibe cada vez más como crueldad contra los de abajo.
Durante la campaña, Milei había logrado conectar con parte del electorado al mostrarse como algo diferente de la “casta política”. El debate presidencial, cara a cara con Sergio Massa, fue ilustrativo. La estrategia del candidato de Unión por la Patria fue demostrar la falta de conocimiento y preparación de Milei para gestionar el Estado. Esto llegó a su punto cúlimne cuando el entonces ministro lo increpó con la pregunta sobre su frustrada pasantía en el Banco Nación. “¿Por qué no te renovaron la pasantía?”, le gritaba, ante la parálisis de Milei, al borde de quebrarse. Finalmente, el ahora presidente respondió: “¿Qué? ¿Vos nunca fracasaste en tu vida?”. Una reacción humana que lo acercó a muchos votantes, que vieron en él a alguien distinto al político tradicional.
Giuliano da Empoli
Giuliano Da Empoli, autor de Ingenieros del Caos, explicó en una charla con Carlos Pagni que en tiempos de crisis política los defectos de ciertos líderes de ultraderecha pueden transformarse en virtudes, porque los acercan al ciudadano común. Si los políticos tradicionales usan su expertise para engañar al pueblo, el desconocimiento o autenticidad demuestra que “no están manchados”, por la casta política. Sin embargo, cuando esas debilidades se combinan con el ejercicio del poder y con gestos de desprecio hacia los sectores más vulnerables, se convierten en lastres difíciles de sostener.
Por eso esa identificación parece empezar a resquebrajarse. Lo que sirvió para ganar no sirve para gobernar. Desde el poder, Milei ha asumido un tono celebratorio de su dureza. Se jactó de ser “cruel”, defendió recortes en pensiones por discapacidad y no dudó en polarizar con insultos. La revelación de que en el CoimaGate se retenía hasta un 8% de los salarios de asesores —el 3% era para Karina, el 5% para otros— golpeó aún más su credibilidad. Lo que antes era visto como autenticidad hoy empieza a percibirse como soberbia. Al final es igual a los otros.
Uno de los indicadores más visibles del desgaste del oficialismo es el viraje de ciertos comunicadores que hasta hace poco defendían cada acción del gobierno. Aquellos periodistas que justificaban la represión de los miércoles a los jubilados alegando la presencia de “barrabravas” o “infiltrados”, ahora empiezan a tomar distancia, como Fantino, Feinmann y Majul. Además, continúa la crisis interna, con el sector de Karina Milei enfrentado al de Santiago Caputo y rumores de su salida del Gobiernio.
El día posterior
El día posterior al revés electoral, la Casa Rosada intentó dar señales de orden con un comunicado que volvió a dejar expuestas contradicciones. Se anunció la creación de una “mesa de gobierno” con el objetivo de tomar decisiones en forma colectiva. Sin embargo, los nombres que la integran son los mismos de siempre: Patricia Bullrich, Santiago Caputo, Guillermo Francos, Nicolás Posse y Martín Menem. La novedad institucional se diluyó rápidamente cuando, al final del encuentro, se difundió otro texto en el que se reafirmaba: “vamos a trabajar para defender el rumbo que venimos construyendo porque es el único que nos puede conducir a la prosperidad”.
La contradicción salta nuevamente a la vista. Por un lado, la mesa de diálogo parece pensada para contener tensiones internas, en especial el enfrentamiento entre Karina Milei y Santiago Caputo. Por otro, se anuncia una segunda mesa política encabezada por Guillermo Francos, esta vez destinada a negociar con los gobernadores. El problema es que ya hubo un intento previo: el Pacto de Mayo —firmado en julio y reducido a una foto—. Ahora se repite el esquema, con los mismos interlocutores y la misma ambigüedad: se abre el juego al diálogo, pero se insiste en mantener intacto el rumbo económico y político. Además, el Gobierno vetó la ley de ATN, que garantizaba un reparto de recursos hacia las provincias. ¿El resultado? apenas 3 gobernadores asistieron a la reunión con Francos.

¿Qué está simulando el gobierno? ¿Una fortaleza inquebrantable para resistir cualquier crisis o una apertura al diálogo que en los hechos no se concreta? Mientras aún se analiza la judicialización de la ley de emergencia en discapacidad, se confirmó el veto a la emergencia educativa vinculada al presupuesto universitario.
El dato no es menor: las masivas marchas universitarias fueron las primeras manifestaciones multitudinarias contra Javier Milei. En ese terreno, el Ejecutivo no cedió. Con la consigna de “no hay plata”, defendió el ajuste y mantuvo el recorte, pese a gobernar sin presupuesto aprobado por el Congreso. Ahora, tras la derrota electoral, esa rigidez genera costos adicionales. Se espera un paro universitario y nuevas movilizaciones que podrían convertirse en un nuevo desafío político para un gobierno que, pese a los golpes, insiste en que no cambiará el rumbo.
Otro dato
Otro dato llamativo que admite una doble lectura fueron las fotos del Presidente en dos reuniones en el despacho presidencial. En las redes se viralizaron las imágenes por la increíble similitud en la gestualidad y postura del Presidente, como si fuera una misma foto recortada y editada.
¿Un presidente ausente de las reuniones clave, agregado por photoshop? La repetición del mismo ángulo, la misma mirada fija y el gesto idéntico en cada toma alimentan la idea de un “gobierno testimonial”, donde la imagen suplanta a la acción.
Pero aunque fueran imágenes reales de las reuniones, hay otro elemento que llama la atención, la elección de la gestualidad. Con clara referencia a la “mirada kubrick” —intensa, inquietante, cercana a la crueldad— que se convirtió en una marca registrada de Javier Milei. No es casualidad: ya en 2017 él mismo había recreado al personaje Alex de La naranja mecánica para promocionar su presencia en un programa de televisión. Aquella estética, utilizada por el genio del cine, Stanley Kubrick, asociada a la inestabilidad y la obsesión, hoy se resignifica en el retrato oficial de un presidente que parece sostener su postura a fuerza de rigidez.
La incógnita
La incógnita es si Milei logrará sostener la imagen de dureza que transmite en sus fotos o si el peso de la realidad política terminará forzando un viraje. Entre la teatralidad de un presidente inmóvil y la ley de hierro de un sistema que no permite hegemonías duraderas, el futuro de su proyecto queda atado a un equilibrio tan frágil como la propia construcción de su poder.
Lo inmediato marca el pulso de la calle: se vienen nuevas movilizaciones estudiantiles y habrá que ver cómo escalan en medio de una tensión política que no cede. Pero más allá de cada protesta puntual, hay un hecho que nadie puede soslayar: Javier Milei es Javier Milei. Llegó con una motosierra al hombro, con un discurso de ruptura absoluta y la promesa de “volar por los aires” el sistema político. Esa identidad lo diferencia de sus antecesores: no es Macri, no es Alberto Fernández. Es algo mucho más peligroso.
El presidente encarna un perfil de ultraderecha clásico, con rasgos autoritarios visibles tanto en su estética como en su manera de responder a los conflictos. Se trata de una intransigencia radical, insensible frente a los sectores populares y marcada por un tono hostil hacia las mayorías. Su estilo no admite pausas. No tiene freno de mano, no tiene segunda velocidad. Y está dispuesto incluso a quedar como mártir de su causa antes que retroceder.
Ese vértigo ya encontró algunos límites en el Congreso. Legisladores de distintos bloques le frenaron vetos, avanzaron con iniciativas para controlar los DNU y reinstalaron leyes que el Ejecutivo había rechazado, como la emergencia en discapacidad. Sin embargo, la oposición camina con cautela. Ni el peronismo ni la UCR, e incluso sectores de Juntos por el Cambio, quieren aparecer como destituyentes en un escenario tan delicado.
Mientras tanto
Mientras tanto, Milei insiste en ir para adelante. No negocia a Karina Milei, mantiene a su círculo más cerrado y refuerza la idea de que cualquier obstáculo debe ser demolido. Esa actitud abre la posibilidad de un choque frontal con un sistema político que busca preservar su propio margen de influencia. La duda es si logrará recuperar la iniciativa antes de que la crisis social se profundice.
En el discurso libertario aparece, además, un componente ideológico que no es menor: la construcción de un enemigo único. Luis Caputo sostuvo que “somos nosotros o el comunismo” en un encuentro con empresarios. En esa lógica, todo queda metido en la misma bolsa: desde militantes de izquierda hasta dirigentes moderados como Horacio Rodríguez Larreta, a quien Milei no dudó en tildar de “comunista”.
El panorama, entonces, es de inestabilidad creciente. Si llegara a producirse un estallido social, Milei ya dejó plantada una bandera: la idea de que hay que ir “a fondo contra el comunismo”. Ese mensaje, más allá de su eficacia en el presente, podría ser retomado por futuras generaciones de ultraderecha.
En paralelo, el Gobierno recibe respaldos externos que le dan aire. El FMI expresó recientemente su reconocimiento a la gestión, un aval que Milei exhibe como señal de fortaleza. La apuesta es polarizar, convencer a su entorno de que “no hay otra alternativa”, y contener a la oposición. Pero el descontento social podría comenzar a dinamizar las calles. Allí se juega la verdadera pulseada que definirá cuánto tiempo más podrá sostenerse este experimento político.