La derecha en el espectro político
Desde hace algunos años a nivel global comenzaron a crecer movimientos de derecha y extrema derecha que antes parecían imposibles. Consensos sociales que se creían consolidados respecto a la democracia, los derechos humanos y la igualdad social se ven fuertemente cuestionados. Si bien ya existía desde antes, este movimiento parece haberse consolidado a partir de la pandemia de COVID-19 en 2020.
Aunque presentan elementos de ambos, estos movimientos no pueden reducirse a llamarlos ni “fascismo” ni “liberalismo”. ¿Qué es entonces este fenómeno? Muchos analistas coinciden en llamarlo “Nueva Derecha” y a falta de una denominación más acertada así será como lo denominemos en este trabajo. Aquí nos preguntaremos, ¿qué elementos ideológicos componen a la Nueva Derecha? ¿Cómo confluyen el individualismo y el conservadurismo? ¿Qué lugar ocupa el anti-igualitarismo en su ideario? Para responder a estas preguntas se analizarán y compararán a diferentes autores teóricos de la derecha.
A la hora de analizar un fenómeno político, tanto nuevo como contradictorio, la tradicional clasificación de “Izquierda” y “Derecha” puede llegar a resultar insuficiente. La clásica distinción dual surgida de la Revolución francesa es aún útil en la discusión cotidiana. No obstante, puede resultar limitante a la hora de realizar un estudio más académico y científico. Es por ello, que metodológicamente se abordará este trabajo desde un esquema de tres dimensiones.
Con el fin de complejizar la distinción derecha-izquierda, el politólogo estadounidense David Nolan creó en 1969 un esquema de dos dimensiones. El llamado gráfico de Nolan, el cual buscaba medir los ejes de “Libertad económica” y “Libertad política”. No obstante, dicha propuesta también resulta insuficiente, ya que deja por fuera la cuestión del progresismo-conservadurismo.
En este sentido, un youtuber y analista político conocido con el seudónimo de El Gentilhombre diseñó un esquema de tres ejes que resulta mucho más práctico. El mismo muestra un cubo tridimensional ordenado por tres ejes con dos polos cada uno. El eje político, con el Autoritarismo y la Acracia en sus extremos, mide el nivel de individualismo de una posición política. El eje económico, con el Intervencionismo y el Libre mercado en sus extremos, mide el grado de regulación sobre la economía. Finalmente, el eje social, con el Conservadurismo y el Progresismo en sus extremos, mide el grado de estos que se tenga. Este último eje es la incorporación que nos resulta innovadora y necesaria para el presente trabajo.
¿Individualismo o conservadurismo?
La contraposición del eje social o cultura, y el eje político la podemos encontrar en el artículo “El individualismo autoritario” de Nicolás Viotti. En el mismo el autor busca analizar las causas del surgimiento del “neoconservadurismo”, al que asocia con el individualismo. Reconoce que en las últimas décadas se ha estado produciendo un proceso de individualización, pero ello no se manifiesta en las posturas ideológicas de una sola manera. Viotti entiende que el individualismo ha sido el sustento teórico tanto para el progresismo como para el nuevo conservadurismo:
Usada con recurrencia [la noción de individualismo] en las críticas actuales al “neoliberalismo” o el “egoísmo”, a veces imaginados como sinónimos. Pero al mismo tiempo, el individualismo resulta la base de los valores de igualdad y de mérito, uno de los núcleos centrales de las ideas liberales de libertad, respecto de la diferencia y de las reivindicaciones progresistas frente a las concepciones jerárquicas de la herencia, la sangre y la autoridad inamovible. (Viotti.2020)
De esta forma, vemos como el individualismo político puede ser compartido tanto por posturas consideradas progresistas como por otras consideradas conservadoras. Al respecto, Viotti agrega:
Las consignas del cambio en “uno mismo” como principio de la transformación colectiva no son un rasgo de posiciones conservadoras ni proyectos emancipadores en sí mismos, sino que atraviesan por igual modos de subjetivación que, eventualmente, pueden llevar esos principios a usos conservadores o emancipadores según sea el caso. (Viotti. 2020)
El autor advierte que la expiación de un individualismo hedonista no es un fenómeno meramente político, sino también social. En él se juegan la vida cotidiana, las mediaciones y modos de subjetivación. En este sentido, señala que, a nivel regional, ha crecido el apoyo a gobiernos autoritarios y posturas neoconservadoras. Tal es el caso de Bolsonaro en Brasil.
El texto de Viotti es del año 2020, cuando la pandemia aún estaba en curso. Aquel año fue un hito en el recrudecimiento de este tipo de posturas. El aislamiento social y el miedo al otro fueron claves en el rápido crecimiento de la Nueva Derecha a nivel mundial. La mayor parte de los análisis realizados en ese entonces resultan, viéndolos desde hoy, incompletos o insuficientes, dado que describen algo que luego de acentuaría y consolidaría.
No obstante, ya por ese entonces, el autor advertía el crecimiento y radicalización de este tipo de fenómenos, combinados con la aparición de teorías conspirativas. Señala la pérdida de legitimidad de las autoridades, tantos las políticas como las científicas, y respecto a una serie de manifestaciones contra el aislamiento obligatorio observaba:
El tono anti-sistema de los manifestantes se podía leer en sus gritos y sus carteles: “infectadura”, “abajo la falsa pandemia”, “liberen el dióxido de cloro, “Milei presidente”, “contra el fracking y la vacunación irrestricta”, frases que reverberaron durante todo el 2020 en las redes sociales, arrastrando una ola de desconfianza en el aislamiento y en las recomendaciones científicas de epidemiólogos y médicos. (Viotti. 2020)
La frase de “Milei precedente” en pleno 2020, 3 años antes de su triunfo electoral, resulta particularmente reveladora a la hora de entender el rol que jugó la crisis pandémica en el auge de estos movimientos.

Como vemos, las expresiones políticas de lo que genéricamente puede entenderse como “la derecha” son en muchos casos complejas y contradictorias; lo mismo ocurre en realidad con “la izquierda”. Más bien deberíamos hablar de “las derechas” y “las izquierdas”. Aquí distinguiremos principalmente dos tipos de derecha, una conservadora y otra individualista. Para la primera abordaremos el pensamiento de Alain De Benoist y de Agustin Laje, para la segunda el de Murray Rothbard, Ayn Rand y Nick Land. Como veremos, tener un fundamento diferente no les evitará entrelazarse ante enemigos comunes.
La Derecha conservadora: De Benoist
La vieja derecha ha muerto. Se lo tenía merecido. Ha muerto por haber vivido de su herencia, de sus privilegios y de sus recuerdos, por no haber tenido ni voluntad ni proyectos […] Da la impresión de que la palabra “derecha” lleva hoy inevitablemente aparejada la carga afectiva antes reservada para la expresión “extrema derecha”. (De Benoist, 1977, p 45)
Con estas provocativas palabras, el intelectual francés Alain De Benoist comienza su texto La Nueva Derecha, de 1977. El autor considera que la vieja derecha estaba desapareciendo por ser demasiado burguesa, por vivir de un culto al pasado y no tener un proyecto de transformación social. Sin embargo, esta crítica no venía precisamente desde una visión de izquierda, por el contrario, De Benoist buscaba revitalizar y revalorizar el término “Derecha”.

De Benoist comienza intentando definir qué se entiende por Derecha. El afán de orden y la defensa de la autoridad para él no constituyen un elemento distintivo de los movimientos de derecha, ya que en regímenes de izquierda también pueden encontrarse. En cambio, él llama Derecha a considerar las desigualdades como algo natural y positivo para la Humanidad.
Como otros autores que analizaremos, el intelectual francés asocia la desigualdad con la diversidad y la igualdad con la homogeneidad. Desde su visión, el enemigo de la derecha no es ni “la izquierda” ni “el comunismo” en sí mismos, sino la ideología igualitaria, en un sentido más amplio. Así, la Derecha, solo puede ser definida en función de aquello a lo que se opone. De tal manera, De Benoist plantea una clara disyuntiva social:
O nos situamos en una perspectiva antiigualitaria, que implica juzgar a los hombres no por el simple hecho de su presencia en el mundo (política ontológica), sino por su valor, apreciado en función de unos criterios adecuados a su actividad personal y de los caracteres específicos de las comunidades en que se inscriben, o lo hacemos en una perspectiva igualitaria, que ve en toda desigualdad una injusticia, pretende que la moral es la esencia de la política e implica el cosmopolitismo en lo político y el universalismo en lo filosófico. (De Benoist, 1977, p 46)
Seguidamente, el autor aclara que no se opone indiscriminadamente a toda forma de igualdad ni reivindica ningún sistema de castas. Más bien estima, según afirma, en las relaciones sociales el valor que le correspondería a la responsabilidad individual y a la libertad como posibilidad de ejercer dicha responsabilidad.
De Benoist acusa a la derecha francesa de su tiempo de dejarse acusar y encasillar con el mote de “fascismo”. Le reprocha el haber quedado rezagada y perder terreno ante la izquierda en las discusiones importantes. La derecha francesa, ante los ataques se replegaría en sí misma pasivamente en lugar de confrontar activamente.
Aquella derecha carecía, según De Benoist, de una estrategia clara y de una ideología precisa. Tampoco reconocía el campo de batalla real donde se estaba disputando el poder con la izquierda. Este no era meramente el el político sino esencialmente el cultural:
La derecha francesa es “leninista”… sin haber leído a Lenin. No ha comprendido la importancia de Gramsci. No ha visto en qué amenaza el poder cultural al aparato del Estado, cómo ese “poder cultural” actúa sobre valores implícitos en torno a los cuales cristaliza el consenso indispensable para la duración del poder político. (De Benoist, 1977, p 49)
En estas líneas el autor señala el campo en el que la “Nueva izquierda” llevaba la delantera a la derecha tradicional. Siguiendo al marxista italiano Antonio Gramsci, reconoce que lo cultural es un ámbito clave en el que construir poder para luego llegar al Estado. Seguidamente, advierte que toda revolución ha sido siempre la materialización de ideales ya presentes desde antes en la cultura, por lo que la derecha, al no tener una perspectiva cultural, estaba agonizando políticamente.
Aunque lo cultural como campo de batalla estuviese siendo ganado por la izquierda, De Benoist no lo ve como un terreno intrínsecamente “de izquierda” al cual la derecha no podría acceder. De hecho, no considera que haya realmente ideas de izquierda o ideas de derecha, sino una forma de izquierda o de derecha de sostener dichas ideas. A las artes, las letras, la moda o los símbolos los ve como terrenos neutros en los que una u otra tendencia política puede ganar o perder influencia.
El ser de izquierda o ser de derecha, tampoco los ve como categorías estáticas o definitivas. Señala que sus propias ideas son socialmente consideradas como “de derecha” y por eso se sitúa en esa postura, pero que no sería difícil imaginar situaciones en las que, esas mismas ideas, fueran tomadas como “de izquierda”.
Hemos señalado que De Benoist acusaba a la derecha de su tiempo de vivir del recuerdo del pasado. No obstante, no la define como conservadora, sino como reaccionaria. La diferencia entre estas dos definiciones es así explicada por el autor:
Llamo reaccionaria a la actitud que consiste en tratar de reinstaurar una época a un estado anterior. Llamo conservadora a la que consiste en apoyarse, dentro de la suma de cuanto ha sucedido, en lo mejor de lo que ha precedido a la situación presente, para llegar así a una situación nueva. Es decir, que a mis ojos todo verdadero conservadurismo es revolucionario. (De Benoist, 1977, p 60)
Aquí vemos cómo el autor se ubica a sí mismo como un conservador, resignificando el término como algo progresivo. Desde dicha postura, busca alentar la formación de una nueva derecha que no tenga miedo de asumirse públicamente como tal. A diferencia de otras “nuevas derechas” que veremos más adelante, la imaginada por De Benoist no es contraria al Estado. Por el contrario, advierte con preocupación que “el Estado se despolitiza”, convirtiéndose en un simple gestor y haciéndose permeable a las fuerzas que fuera de él conspiran contra él.
En De Benoist las nociones de izquierda y derecha son particularmente líquidas. Si bien el conservadurismo suele asociarse a la derecha, el autor identifica rasgos conservadores tanto en la derecha como en la izquierda, por momentos incluso más en la izquierda. Señala que ciertas ideas pueden ser tanto de izquierda como de derecha.
A su vez, lo que puede ser entendido como “de derecha” o “de izquierda” puede variar según la época. Ciertamente, el liberalismo en su origen dentro de la Revolución francesa, había sido considerado “de izquierda”. Ya en el siglo XIX, con el surgimiento del socialismo y el anarquismo, acabó siendo entendido como “de derecha”.
En sus críticas De Benoist también equipara al liberalismo clásico y al marxismo al acusarlos a ambos de un excesivo economicismo. Al liberalismo lo critica particularmente por su individualismo. El autor acusa al individualismo de fragmentar a la sociedad ya que entiende al individuo como un ser abstracto separado de sus vínculos. Considera que a mayor individualismo, mayor poder del Estado. El paulatino crecimiento del individualismo en la modernidad llevaría a la formación de un “Estado-Providencia”.
La cuestión de la igualdad no es menos compleja en su pensamiento. Como vimos, asocia a la igualdad con la homogeneidad y a la desigualdad con la heterogeneidad. Para él la idea de igualdad en sí misma es de carácter metafísica, abstracta, falsa. En cambio, sólo defiende la idea de igualdad ante la ley. Esta sí la considera verdadera, ya que se apoya en el hecho de que todos los ciudadanos están bajo un mismo Estado. La idea abstracta de igualdad, De Benoist propone reemplazarla por la de “equidad”, la que consistiría en dar a cada cual lo que merezca.
Batalla cultural y Derecha cultural: Agustín Laje
Es característica propia del conservadurismo desconfiar de los cambios y defender las continuidades. Al respecto, el politólogo argentino Agustín Laje señala en su libro La batalla cultural que, si bien la Humanidad vivió la mayor parte de su existencia en sociedades donde los cambios eran situaciones extraordinarias. Los procesos sociales y culturales eran mucho más largos que la vida de un individuo y este no llegaba a ver tales cambios. No obstante, advierte que en la modernidad el constante desarrollo económico y cultural llevan a un status quo de cambio constante.

En este marco, el ensayista identifica un nuevo fenómeno político al que denomina Batalla cultural. Esta no es solo una batalla política por el dominio de la cultura, sino que se da dentro de la cultura misma y a través suya. La cultura no es solo el fruto del conflicto, sino el conflicto en sí mismo. Señala tres características centrales de la batalla cultural:
- La cultura no es simplemente su fin sino también su medio.
- Supone un conflicto político de gran magnitud.
- Posee un elemento consciente del cual surgen esfuerzos racionales para conseguir la victoria.
Laje denuncia una culturalización de la vida social, pero particularmente de la economía. Afirma que, con la fusión de ambas esferas, la economía obtiene una mayor diversificación, personalización y volatilidad de sus productos, mientras que la cultura gana en masividad al incorporarse a los mercados.
Respecto al carácter político de todo enfrentamiento cultural sostiene: En una batalla armada, el armamento dispone de la vida y la muerte; en una batalla cultural, las municiones culturales disponen sobre la imagen de la vida y la muerte. (Laje, 2022, p 257)
Para Laje, el reconocer o no el fenómeno de la batalla cultural hace la diferencia respecto al éxito político. Identifica el surgimiento de una “Nueva Izquierda”, a la que identificara con el “progresismo”, que dejó de lado su tradicional economicismo para apoyarse en lo cultural. Paralelamente, critica a la derecha tradicional (liberalismo y conservadurismo) por ignorar este nuevo campo de lucha.
Define al economicismo como una reducción de la realidad a lo meramente económico. Esta actitud, en la cual incluye tanto a liberales clásicos como a marxistas ortodoxos, llevaría a determinismo y reduccionismos. Advierte que, esta sobredimensión de lo económico puede llevar a posturas tecnocráticas, las cuales no serían capaces de construir un orden político real al relajar lo cultural solo a lo intelectual.
Al respecto sentencia: Nadie daría la vida por una fórmula matemática, y ningún porcentaje es capaz de formar identidades colectivas capaces de desenvolverse en la tortuosa marea de lo político. (Laje, 2022, p 462)
La preocupación por la construcción de “lo colectivo” es un factor clave que distingue a Laje de otros autores libertarios de derecha que se analizarán más adelante. Particularmente, cuestiona a Rothbard y a Ayn Rand por su individualismo, el cual es inútil en la construcción de un “nosotros” político que revitalice a la derecha.
Al igual que lo había hecho De Benoist, Laje señala que, mientras que la izquierda no tendría problema en reconocerse públicamente como tal, la derecha se escondería identitariamente. Ante esto, apunta a la construcción de una “Nueva Derecha”. Para conseguirlo, menciona dos tareas que se debería realizar: la radicalización cada vez más hacia la derecha de las fuerzas de centro y la adopción de la batalla cultural como centro estratégico.
Si bien hace un llamamiento a considerarse “de derecha”, es particularmente enfático en distinguirse de la “centro-derecha”, a la que ve como simplemente centro. El reconocimiento de la batalla cultural es el principal parteaguas en esta distinción, ya que con ello se determina la identificación de los enemigos y las estrategias a adoptar. Así resulta Laje la importancia de formar esa nueva identidad política:
Más que “derecha”, entonces, “Nueva Derecha”. Nuevos contextos, nuevas amenazas, nuevos adversarios, nuevas articulaciones políticas y nuevas estrategias, me llevan a pensar que “Nueva Derecha” es un candidato que, si bien es poco original, reúne condiciones básicas para denominar la cadena equivalencial propuesta. Una Nueva Derecha es una invitación a delinear políticamente un nuevo “nosotros”. (Laje, 2022, p 477)
Para la construcción de una Nueva Derecha, Laje propone una transversalidad de las diferentes corrientes consideradas “de derecha” contra sus enemigos en común. Entre sus enemigos a combatir engloba de manera ambigua al progresismo, el feminismo, “la izquierda” (o las muchas corrientes consideradas “de izquierda”), la casta política, el poder financiero global, etc. Entre sus aliados con los cuales articular su lucha menciona a libertarios no progresistas, conservadores no inmovilistas, patriotas no estatistas y tradicionalistas no integristas. (Laje, 2022, p 484)
La derecha individualista: Rothbard y el anarcocapitalismo
La extrema-derecha, en su vertiente individualista, suele identificarse con el llamado libertarismo. Como principal referente teórico del mismo se suele señalar al economista austríaco Murray Rothbard. En su libro El Igualitarismo como Rebelión contra la Naturaleza y Otros Ensayos, de 1974, describe su visión sobre el Estado y define al movimiento libertario.
En su ensayo Anatomía del Estado, que forma parte del libro mencionado, cuestiona la idea moderna de que el Estado sea la representación de todos los ciudadanos ya que no es producto de un acuerdo voluntario. Para el economista, el Estado es una organización que obtiene y conserva el monopolio de la fuerza y la violencia en un determinado territorio.

No lo considera como una autoridad legítima por apoyar su poder en la coerción ni siquiera como parte del común de la sociedad. Al respecto señala que: hemos de hacer hincapié en que “nosotros” no somos el gobierno; el gobierno y “nosotros” no somos identificables. El gobierno en sentido estricto no “representa” a la mayoría de las personas. (Rothbard. 1974. p 50)
Rothbard afirma que en la sociedad están aquellos individuos que trabajan y producen, por un lado, y por otro el Estado que se apropia de la producción mediante la coerción violenta. El Estado sería así una sistematización, constante y estable en el tiempo, del robo. Señala que, dado que la producción es anterior a su expropiación, el libre mercado es también anterior al Estado.
Fruto de la apropiación de los recursos, se formaría dentro del Estado una “casta parasitaria” que viviría del trabajo ajeno. Para él existen dos tipos de poder. Un “Poder social”, que es voluntario y lo ejerce el hombre sobre la naturaleza, y un “Poder estatal”, que es coercitivo y lo ejerce el hombre sobre el hombre.
En este punto no podemos evitar notar y señalar una curiosa similitud. Las concepciones de Rothbard sobre el Estado son llamativamente similares a las de Marx, pese a encontrarse en el extremo opuesto del espectro ideológico. Recordemos que Marx en el Manifiesto Comunista de 1848 sostenía que el Estado era una herramienta de dominación de una clase social sobre otra. Es decir, que no representaba los intereses de los trabajadores sino de la burguesía.
Consciente de esta incómoda similitud, el propio Rothbard se encarga de resaltar las diferencias:
En cierto sentido, nuestra posición es la inversa del dictado marxista según el cual el Estado es el “comité ejecutivo” de la clase que es hoy dominante, supuestamente la de los capitalistas. En cambio, el Estado -la organización de los medios políticos- constituye y es el origen de la “clase dominante” (más bien, de la casta gobernante) y se encuentra en permanente oposición al capital genuinamente privado. (Rothbard. 1974. p 68)
Aquí podemos encontrar dos diferencias sustanciales. Por un lado, para Marx la dominación “de clase” es de carácter económico, mientras que para Rothbard la dominación “de casta” es de carácter político. Por otro lado, el economista austríaco ve un antagonismo insalvable entre el Estado y la propiedad privada, mientras que para el alemán el primero puede constituir una representación de los intereses de la segunda dentro del sistema capitalista.
Mientras que para Marx la sociedad deseable sin Estado es el comunismo, donde los medios de producción son propiedad colectiva de los trabajadores, para Rothbard dicha sociedad ideal sería exactamente lo contrario: la propiedad privada en manos de cada individuo y un libre mercado absoluto.
Una tercer diferencia entre ambos se encuentra más solapada en la siguiente frase: Debe quedar igualmente claro que los medios coercitivos, los medios de explotación, son contrarios a la Ley Natural y son parasitarios ya que en lugar de aumentar la producción, lo que hacen es reducirla. (Rothbard. 1974. p 52).
Vemos que Rothbard sostiene la existencia de una “Ley Natural” contra la que el Estado atenta. La misma se identificaría con los derechos individuales, particularmente la libertad y la propiedad privada. La creencia en un principio universal nos llevaría a clasificar a Rothbard como un “conservador”. Para Marx, en cambio, la realidad sería producto de una construcción social e histórica, lo que nos llevaría a ubicarlo como un “progresista”.
Como forma de enfrentar al Estado, Rothbard propone la creación del Libertarismo, al que define como una “ciencia” para la libertad. En su visión ideológica la individualidad es producto de la diversidad natural. No hay entre los seres humanos homogeneidad alguna y todos son diferentes, por lo que se alega que la igualdad no podría existir, ni tampoco sería deseable.
Acusa, sin fundamentos claros, al socialismo de buscar una sociedad igualitaria, entendiéndose como la anulación de las diferencias. Respecto a cuáles son los objetivos del libertarismo, Rothbard los describe de la siguiente manera:
La razón fundamental por la que uno ha de abrazar el Libertarismo debe ser la pasión por la justicia, por barrer lo más rápido posible la tiranía, el robo, el asesinato en masa y la esclavitud que el Estatismo ha impuesto durante demasiado tiempo a la humanidad. Sólo una preocupación por la justicia como ésa puede inspirar al Libertario a intentar abolir, tan pronto como le sea posible, la explotación del hombre por el hombre (entendida en un sentido no marxista). (Rothbard. 1974. p 17)
Rothbard resalta enfáticamente que, si bien la liberalización del mercado, supuestamente, mejoraría las ganancias de todas las personas, no debe ser este el motivo por el que alguien debería de incorporarse al libertarianismo. Más bien, según su ideólogo, debiera ser el anhelo de “justicia” y una pasión por la misma. En su visión, la igualdad sería una injusticia, mientras que la desigualdad, al estar conforme a la naturaleza, sería justa.
Ayn Rand y la revindicación del egoismo
En 1964 la escritora rusa, nacionalizada estadounidense, Ayn Rand publicó su libro La virtud del egoísmo. En el mismo se recopilan diversos ensayos sobre el egoísmo y el colectivismo con una radical defensa del primero y rechazo del segundo.
El ensayo “Éticas colectivistas” critica la premisa “altruista-colectivista” de que existe un deber moral de ayudar a los demás. Rand considera que, si un individuo quiere ayudar a otro, puede hacerlo, pero que no debería existir una solidaridad obligatoria. La sociedad en su conjunto no tendría por qué ayudar a ninguno de sus miembros.
Para exponer sus premisas, Rand pone ejemplos extremos como el siguiente. Dialogando con un interlocutor hipotético se pregunta “¿No es conveniente proveer a los ancianos atención médica gratuita cuando lo necesiten?”. A lo que se responde que no, porque no es válido forzar al individuo a trabajar para “lo público”.

Seguidamente, lleva la pregunta al absurdo y plantea qué pasaría si alguien en lugar de pedir atención médica diría “¿No es deseable tener un yate, vivir en un penthouse y beber champán?”. Ante el argumento de que sería injusto que en el segundo caso alguien le pague a otro dichos lujos, Rand pretende demostrar que cada individuo debería pagarse sus cosas y no las de los demás, cualquiera sea el servicio o necesidad.
Para Rand toda redistribución de recursos es una imposición arbitraria. Sostiene que la “mentalidad colectivista”, que pretende asegurar una ayuda mutua de los individuos, no responde a la pregunta de “¿Para quién?“ es dicha ayuda y porqué se habría de dársela.
Rechazando toda colaboración social “impuesta”afirma que si una meta no puede obtener la participación voluntaria de todos, será mejor que esa meta no se alcance. (Rand, 1963. p 122) A continuación remata su argumento con una analogía polémica:
¿Estaría de acuerdo en que le saquen un ojo a un hombre vivo para dárselo a un ciego y así “igualar” a ambos? ¿No? Entonces, no continúe bregando por cuestiones relacionadas con los “proyectos públicos” en una sociedad libre. (Rand. 1963. p 122)
En su visión, Rand considera que todo individuo es absolutamente intrínseco y todas las vidas tienen el mismo valor. Por ende, rechaza todo lo colectivo alegando que ello coloca al individuo como un medio para el interés de otro y no como un fin.
Plantea que el progreso sólo puede provenir del intercambio voluntario del excedente generado por aquellos que hayan tenido la habilidad y la inteligencia para producirlo. De esta forma, defiende al capitalismo como el único sistema justo para el individuo:
Si se desea prestar apoyo a una sociedad libre, es decir el capitalismo, es preciso comprender que su fundamento indispensable es el principio de los derechos del individuo. Quien esté a favor de estos derechos debe darse cuenta que el capitalismo es el único sistema que los apoya y protege. (Rand. 1963. p 133)
Debe resaltarse que en este párrafo Rand confunde capitalismo con liberalismo. Mientras que en una democracia liberal el Estado está constitucionalmente obligado respetar los derechos individuales, el capitalismo como sistema económico puede funcionar indistintamente en democracias o en regímenes dictatoriales o autoritarios.
Rand en realidad considera a todos los sistemas políticos autoritarios y estatización. No obstante, reconoce que la Declaración de Derechos de EEUU, acta políticamente fundante del sistema de dicho país, es un hito histórico respecto a la limitación del poder de los gobiernos, a los que emparenta con los criminales en su uso de la violencia.
Plantea la autora que sólo existen dos derechos: el derecho a la vida, natural al ser humano e inalienable, y el derecho a la propiedad, única forma de garantizar el primero. No obstante, haciendo un paralelismo con la emisión monetaria, Rand denuncia la existencia de una “inflación de derechos”.
La aparición de nuevos derechos sociales “impuestos” a la gente y “de índole proselitista” estarían negando los otros dos derechos fundamentales. Señala una contradicción insalvable entre derechos políticos y derechos económicos. Asegura que, cuanto más cantidad de derechos tiene la gente, empeoran sus condiciones de vida. Así es como llega a afirmar:
No existe “el derecho a un empleo”, sino sólo el derecho a la libre contratación, es decir, el derecho de un hombre a aceptar un trabajo si otro elige contratarlo. No existe el “derecho a una casa”, sino únicamente el derecho a trabajar en libertad para construirla o comprarla.
No existe el “derecho a un salario ‘justo’ o a un precio ‘justo’” si nadie está dispuesto a pagarlo, a ocupar a un hombre o a comprar un producto. […] No existen los “derechos” de grupos especiales, ni los “derechos de los campesinos, de los trabajadores, de los empresarios, de los empleados, de los ancianos, de los jóvenes o de los aún no nacidos”. Sólo existen los derechos del hombre, que son propiedad de cada hombre individual y de todos los hombres como individuos. (Rand. 1963. p 141)
A esta altura, podremos notar que la visión de Rand sobre el individuo es extremadamente abstracta e idealizada. La contraposición entre lo individual y lo colectivo la lleva en ocasiones hasta el absurdo. Sus posturas radicales sobre la autonomía individual podrían malinterpretarse como formas de anarquismo, pero en realidad constituyen la base del minarquismo, el cual junto con el anarco-capitalismo, son defendidos y embanderados por políticos y empresarios de la ultraderecha.
La autora sintetiza su postura y cierra su ensayo “Los derechos del hombre” sentenciando la frase: Aquellos que abogan por la instauración del capitalismo del laissez faire son los únicos defensores de los derechos humanos. (Rand. 1963. p 144)
Nick Land y el no-acuerdo con el otro
En 2019 el académico británico Nick Land publicó una recopilación de ensayos bajo el título de La Ilustración Oscura. Allí desarrolla su idea del Aceleracionismo de derecha y rechaza las ideas progresistas e igualitarias de “La Catedral”, concepto que se asemeja al de la “casta política” de Rothbard.

Las ideas de Land son particularmente complejas, por lo que su abordaje profundo se hará en una nota aparte. No obstante, mencionaremos aquí brevemente algunos aspectos relevantes para los que venimos hablando.
Ante la posibilidad de que la derecha tenga que argumentar sus posturas ante la izquierda, Land rechaza que ello deba hacerse. Asegura que más dialéctica lleva a más política y más política lleva a más izquierda. Entiende que en la sociedad actual hay demasiada política y plantea para ello la eliminación de toda discusión:
Cuando ningún acuerdo es necesario, o demandado coercitivamente, la libertad negativa (o libertaria) es todavía posible, y este “otro” no-argumentativo de la dialéctica es fácilmente formulado (aún si en una sociedad libre, no necesita serlo): ocúpate de lo tuyo. (Lard. 2019. p 86)
Al igual que lo hicieron Rothbard y Rand, Land también rechaza la existencia de la igualdad, argumentando en su caso que esta no es real y nunca lo fue. Para el autor, la desigualdad está en la esencia de la humanidad y una sociedad jerárquica es un escenario deseable. Así argumenta su postura anti-igualita:
Llamar la creencia en la igualdad humana una superstición es insultar a la superstición. Tal vez sea injustificado creer en duendes, pero por lo menos la persona que tiene tal creencia no los está viendo no-existir, a cada hora del día. […] La gente no es igual, no se desarrolla igual, sus objetivos y logros no son iguales, y nada puede hacerlos iguales. La equidad sustancial no tiene relación con la realidad, excepto como su negación sistemática. (Land. 2019. pp 92 y 93)
Concluasión
Hemos visto cómo los diversos autores que constituyen la base teórica de la Nueva Derecha presentan entre sí diversos matices, pero los une su rechazo al “igualitarismo”.
Autores como De Beonist o Rothbard cuestionan la idea de igualdad por asociarla a la homogeneidad de individuos. Si bien el primero debe ser considerado como conservador y el segundo como individualista, ambos denuncian a la igualdad como un mal opresivo y creen ver en la heterogeneidad y desigualdad una garantía de las libertades.
Mientras que Rothbard y Rand ven a la equidad y la distribución como un robo arbitrario e inmoral, otros como De Benoist sí aceptan ciertas formas de justicia social. Mientras que el conservadurismo de Laje o De Benoist entiende la necesidad de un “nosotros” colectivo, el individualismo de Rothbard o Rand lo rechazan.
Al respecto, hay que resaltar que, si bien Rothbard fue en los años 70 uno de los padres del anarco-capitalismo y del libertarianismo, luego se fue acercando hacia posturas conservadoras, abrazando el paleoliberalismo. No obstante, la fusión entre individualismo y conservadurismo no es exclusiva de movimientos minoritarios de aquellos años.
En la actualidad la Nueva Derecha logra combinar y aparentemente armonizar ambos elementos, aglutinados con su enemigo común, el igualitarismo. Como hemos visto, Laje reivindica el uso del término Nueva Derecha como concepto integrador de todas estas corrientes.
Podemos ver cómo cada uno de los autores analizados pueden ser ubicados en diferentes lugares del gráfico de tres dimensiones. La mayoría pueden encontrarse más o menos cerca del extremo de la Acracia en el Eje político. Sin embargo, De Benoist y Laje deben ubicarse al extremo del conservadurismo en el Eje social. Esto no quita que De Benoist debe encontrarse en un sitio más intermedio respecto al Eje económico, ya que no comparte el individualismo extremo de los demás autores.
Rand y Rothbard pueden a priori ser entendidos en el extremo Progresista del Eje social debido a su defensa a ultranza de los derechos individuales. Aunque, como dijimos, Rothbard haría con los años más explícito su acercamiento al conservadurismo.
Land, por su parte, puede ser encontrado en el extremo autoritario del Eje político, en el extremo libre-mercado del Eje económico, pero en el progresismo del Eje social ya que sus ideas difícilmente puedan ser tomadas de conservadoras.
El estudio y comprensión de los autores mencionados se vuelve particularmente relevante en los tiempos actuales, dado que sus ideas son las que enarbolan los movimientos de derecha y extrema derecha de diversos países. En muchos de estos incluso llegaron a alcanzar el poder, como es el caso de Argentina desde 2023.













