Todos los que sufrimos a este Gobierno nos ilusionamos con su caída. Sin embargo, en política no existe el vacío: para que se produzca una verdadera crisis de poder, hace falta una alternativa de gobierno. ¿El peronismo está en condiciones de ofrecernos algo mejor que lo que fue el gobierno de Alberto Fernández? ¿Estamos dispuestos a volver al pasado solo para que se vaya Milei? La oposición debe resolver ese intríngulis si quiere darle salida al mileismo.
El Gobierno está en una encerrona. Dólar y recesión, coimas en Discapacidad, elecciones y Congreso. Cada uno de estos factores es un demonio que lo acorrala y amenaza con despedazarlo.
¿El peronismo está en condiciones de ofrecernos algo mejor que lo que fue el gobierno de Alberto Fernández? ¿Estamos dispuestos a volver al pasado solo para que se vaya Milei? La oposición debe resolver ese intríngulis si quiere darle salida al mileismo.
Paso a explicar. El principal problema, como dijo Cristina Kirchner en su último tuit filoso, es el económico. El Gobierno sostiene el dólar barato con altas tasas de interés y endeudamiento. La deuda será problema del futuro, pero las tasas ya están matando la actividad económica. Para que tomen dimensión: cerraron más de 14 mil panaderías. El pan es un alimento básico, que falte en la mesa de los argentinos no es una metáfora, es literal.
¡Ay Milei!… Qué quilombo se te armó…
Y no te lo digo por la coima de tu hermana, sino por lo cambiario y monetario.
¡La vas a chocar mal!
Se te van los dólares por la canaleta del turismo emisivo, la formación de activos en el exterior (en mi barrio le dicen “fuga de…
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) September 2, 2025
En relación a los gustos, el consumo de facturas —ese lujo de los laburantes— cayó un 85%. Un derrumbe total. ¿Qué tiene que ver la tasa de interés con el pan y las facturas? Todo. Si sube la tasa, suben los intereses de los créditos, que son el motor de la economía. Cuando endeudarse se vuelve imposible, la gente no compra casas, autos ni maquinaria, ni abre nuevos negocios. Las ventas caen, la actividad se paraliza. Además, si sos capitalista, ¿por qué invertirías en un negocio si podés dejar la plata en bonos con altas tasas? El dinero se refugia en la especulación financiera y desaparece de la economía real, o sea, de las panaderías, del consumo del día a día.
Por otro lado, mantener el dólar barato hizo que las empresas locales pierdan competitividad frente a las multinacionales, favorecidas por las importaciones. El resultado: decenas de miles de pymes cerradas. ¿Por qué no explota el desempleo? Porque apps como Uber y Rappi absorben a los expulsados. Pero ahí también la demanda bajó: cada vez hay más choferes y repartidores, y menos clientes.
Este precario esquema se sostuvo un tiempo porque, a pesar de la recesión, quien conservaba el trabajo veía cierta estabilidad en la inflación y, gracias al dólar planchado, podía vacacionar en el exterior. Pero el deterioro sobre el resto de la población hundió la imagen positiva del Gobierno y desató la crisis política.
La oposición empezó a articular en el Congreso, empujada por gobernadores hartos de esperar la coparticipación. Paliza tras paliza, cada votación con impacto fiscal golpeó la confianza de los bonistas. Los inversores dejaron de creer que el Gobierno pudiera ajustar el gasto a gusto del FMI, dejaron de renovar bonos, se pasaron a dólares y los sacaron del país. Eso hizo subir el dólar. Hoy estamos a entre 15 y 40 pesos de perforar la banda de los 1.400. Si eso ocurre, el Banco Central debería intervenir, pero no tiene demasiada capacidad. Y si nos quedamos sin dólares, la inflación se dispara de nuevo y millones de argentinos no podrán comprar lo básico. Crisis social en puerta.
En medio de este panorama, explotaron las denuncias de coimas contra Karina Milei y los Menem. No es el caso Libra, es más burdo: afanarse la plata de los remedios de discapacitados. Corta. Y parece que los audios de Spagnuolo recién empiezan. El ex titular de Discapacidad debe decidir si se acoge como arrepentido. Si lo hace, puede haber novedades pesadas.
La respuesta del Gobierno fue patética. Primero, el lapsus inolvidable: “nos afanaron los choreos”. Después, culpar a una “opereta K”. Pero los K bastante tienen con sus propios quilombos, dedicados a sacarse los ojos con los “Ki” de Kicillof. Y cuando ya nadie creía esa explicación, avanzaron con la censura previa y los pedidos de allanamiento.
Explico. El Gobierno consiguió que el juez Marianello dictara una cautelar que prohíbe difundir nuevos audios atribuidos a Karina Milei, con el argumento de que fueron obtenidos ilegalmente y sin consentimiento de la “hermanísima”. En ese marco, el Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich pidió allanar las casas de Jorge Rial —sí, el ex conductor de Intrusos—, Mauro Federico, accionista del canal de streaming Carnaval, y el marido de Marcela Pagano, a quien se señala como el abogado consultado por Spagnuolo en el audio del “3% es para Karina”.
Rial denuncia persecución. Van por él y Mauro Federico para poder ir después por todos los demás.
“Estamos acá para denunciar una persecución del aparato del Estado. Lo único estamos haciendo es informar sobre corrupción en este gobierno”.
— Lalito 🏳️🌈 (@LaKusama_) September 2, 2025
Más allá de lo peligroso de allanar periodistas y empresarios de medios por denunciar corrupción, y de lo ridículo de alegar que los audios “no tenían consentimiento”, cuando así se destapó la mayoría de casos de corrupción en el mundo, lo del juez y el Gobierno es directamente inconstitucional.
La Constitución Nacional, en sus artículos 14 y 32, prohíbe la censura previa. La prensa puede publicar sin pedir permiso al Estado. Lo publicado podrá generar responsabilidades ulteriores, pero nunca puede ser bloqueado antes de llegar al público. Como señaló la Corte Interamericana de Derechos Humanos, este principio es “piedra angular de la democracia”, porque asegura que el debate no dependa de los gobernantes, sino de la libre circulación de ideas y del control crítico del poder.
Jorge Fontevecchia, dueño de Perfil, apeló la cautelar. Si el caso llega a la Corte Suprema, es probable que el Gobierno pierda. Y corre el riesgo de enfrentarse a una causa masiva de periodistas contra el Ejecutivo. La palabra “censura” pesa demasiado en nuestra historia y lo coloca como un poder que avanza hacia el autoritarismo.
Como si faltara algo, llegan las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires. Si el Gobierno pierde por más de cinco puntos, nadie creerá que pueda ganar en octubre. Los mercados huirán, el dólar se disparará y la inflación explotará en un dominó infernal. Si pierde por poco o empata, sobrevive hasta octubre. Si gana, cambia la historia, aunque hoy parece lo menos probable.
Las elecciones de octubre tienen un número mágico: 87. Son los diputados que Milei necesita para blindar vetos. Para eso debería superar el 42% de los votos. Si no lo logra y la oposición aprueba una ley que regule los DNUs, Milei queda en extrema debilidad. Con el Congreso en contra, sin decretos y sin vetos, se instala un doble poder institucional. Habrá que ver si la oposición negocia o le da la espalda.
En ese escenario, Milei queda a un paso del juicio político. Se necesitan dos tercios en ambas cámaras, un número que podría alcanzarse si se suma el rechazo al veto en Discapacidad.
Todo indicaría que el Gobierno se encamina a una caída anticipada. Pero ahí aparece el problema central: no hay alternativa clara de poder. La oposición no acepta a Villarruel en la Rosada; para muchos es igual o peor que Milei. El peronismo no puede garantizar que su regreso no repita el fracaso del Frente de Todos. En paralelo, un sector del establishment —según Marcela Pagano— ve con buenos ojos a Guillermo Francos como reemplazo, con Milei reducido a figura decorativa. ¿Aceptaría la mayoría mileísta un mileísmo sin Milei? Incierto, pero nada parece descabellado.
Sin embargo, si el domingo, el peronismo tiene una victoria importante, lo que puede ser a pesar de su desastrosa campaña sin ejes claros, Axel Kicillof pasará a ser la principal figura de la oposición por lejos y tendrá la oportunidad de construir una alternativa de poder.