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    ¿Qué podemos aprender de los Ingenieros del Caos?

    Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Jacobin. Podés suscribirte a Jacobin o solicitar tu edición en https://jacobinlat.com/

    Internet cambió completamente las reglas del juego de la política. Es una obviedad decirlo ahora. Probablemente también fuera una obviedad anunciar en los 90 que esto iba a pasar en el futuro, en momentos en que el hype por el «ciberespacio» inundaba revistas y anuncios televisivos y la estética cyberpunk irrumpía en la cultura pop. Sin embargo, no es lo mismo anunciar o prever una tendencia general que comprender sus implicancias concretas y saber cómo intervenir estratégicamente para aprovecharla.

    A quienes supieron, además, cómo utilizar estos cambios, Giuliano Da Empoli los bautizó con el pomposo nombre de «ingenieros del caos».

    «Los malos, sin duda, entendieron algo que la gente buena ignora». La cita, de la película Golpe de suerte en París, de Woody Allen, y que introduce el libro de Da Empoli, sintetiza una noción muy básica pero a la vez profunda que atraviesa al campo de la izquierda y la centroizquierda desde los primeros signos de ascenso de la nueva ultraderecha populista global: las reglas del juego cambiaron, y muchas veces parece que fuimos los últimos en darnos cuenta.

    Desde la caída del Muro de Berlín, quienes defendemos las ideas del socialismo resistimos a los embates de filosofías y nociones que plantean al marxismo como algo del pasado. La defensa del dogma se convierte naturalmente en una fortaleza que, si no refina sus armas de defensa, no es más que un sólido muro de ladrillo, aislado en un mundo en transformación. La justificación de que el marxismo tiene vigencia porque las bases del capitalismo siguen siendo las mismas (la explotación del trabajo humano) en ocasiones nos ha llevado a rechazar cualquier nuevo estudio o análisis que intente dar respuesta a las profundas transformaciones de nuestra sociedad contemporánea.

    Frente a las críticas moralistas a El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo —uno de los tratados fundacionales de la filosofía política—, Antonio Gramsci sostenía que desenmascarar los mecanismos racionales del poder era, en el fondo, poner herramientas en manos de los explotados para su futura emancipación. El libro de Da Empoli, sin alcanzar el estatus clásico del análisis maquiaveliano, ofrece claves útiles para comprender la política del siglo XXI.

    En particular, Los ingenieros del caos intenta explicar el modo en que, más allá de las razones materiales del descontento global y la crisis de las democracias occidentales, los populistas han ideado nuevas herramientas para volverse una fuerza global fundamental. Da Empoli articula el análisis mediante una serie de ensayos, que van desde el surgimiento de una nueva oligarquía capitalista de empresas tech basadas en la big data, el surgimiento del Movimiento 5 Estrellas en Italia, el derrotero del primer asesor de Donald Trump, Steve Bannon, o la utilización de técnicas de marketing digital en el triunfo del Brexit en el Reino Unido.

    Espiral de radicalización

    Da Empoli rescata un concepto del filósofo alemán Peter Sloterdijk, «banco de enojo», para referirse a un sentimiento que siempre existe en la sociedad y que es usualmente utilizado en la política. Existen colectivos que están organizados como bancos de enojo: concentran el enojo de la gente que no está satisfecha con el estado de las cosas y utilizan esa emoción para producir cambios radicales en la sociedad, y en algunos casos derivar en revoluciones. Los partidos de izquierda lo hicieron así durante el siglo XX.

    Pero el autor opina que el sucesivo fracaso de los gobiernos y experiencias de izquierda a la hora de dar respuesta a las causas profundas de la insatisfacción social debilitó esos «bancos de enojo», dejando esa furia en estado latente en la sociedad hasta la aparición de unos nuevos “emprendedores políticos”, los nacional-populistas.

    Esos nuevos líderes recuperaron el enojo —como hicieron siempre los líderes políticos—, pero con un elemento distintivo, ligado a la evolución del ecosistema de medios y la aparición de las nuevas plataformas tecnológicas que hoy estructuran nuestra relación con la información y diversos aspectos de la vida, así como nuestras relaciones interpersonales. La novedad de estos «ingenieros del caos» es que emulan el funcionamiento de las plataformas de internet para la acción política.

    Ingenieros del Caos, de Giuliano da empoli.
    Ingenieros del Caos, de Giuliano da empoli.

    Da Empoli dice que el Movimiento 5 Estrellas funciona como un algoritmo, identificando los temas de interés y emitiendo sentencias sobre ellos para impactar emocionalmente en sectores del electorado. En su libro “Capitalismo de plataformas”, publicado en 2016, Nick Srnicek analiza cómo los nuevos emprendimientos que motorizan la «uberización» del mundo, como Rappi y Glovo, se basan en una nueva «materia prima» que, sin ser un bien tangible, representa un elemento fundamental de optimización de los procesos capitalistas: el manejo masivo de datos o “big data”.

    Da Empoli explica el modo en que los gigantes de internet que hoy monopolizan nuestras conexiones pronto aprovecharon nuestro rastro digital para intentar hacer más adictivas sus plataformas, compitiendo por nuestra atención y nuestro tiempo en línea. Esto no responde a motivaciones ideológicas, sino simplemente a la ley de la competencia, a la búsqueda de imponerse en la lucha por nuestra atención. Así, el desarrollo natural de las plataformas fue buscar formas para mostrarle a cada quien el contenido capaz de retenerlo durante más tiempo pegado a la pantalla.

    Pronto, los ingenieros empleados por Mark Zuckerberg identificaron que las publicaciones que causaban emociones fuertes retenían más a la audiencia que las noticias verificadas, convirtiendo a los algoritmos de selección de contenido en verdaderos espirales de radicalización. Hicieron esto a sabiendas de los profundos efectos negativos y las adicciones que estaban generando en una población digital cada vez más masiva. Estudios de todo tipo dan cuenta de cómo las fake news, por tratarse de contenidos más emocionales o impactantes, se reproducen más rápidamente que las noticias verificadas.

    Solo era cuestión de tiempo para que estas nuevas herramientas se utilizaran en la política. Lo que cualquier gobierno totalitario salido de un cuento distópico a lo 1984 apenas podía soñar, pasó a ser una realidad: la posibilidad de manipular en masa, analizando técnicamente a cada ciudadano para entregarle un mensaje personalizado que influya en su comportamiento. Ingenieros del caos traza un paralelismo entre la implementación de la big data en política y el descubrimiento del microscopio. La inauguración de la posibilidad de hacer un trabajo quirúrgico sobre el cuerpo social que sin las herramientas adecuadas era imposible. Es el paso de la física newtoniana a la relatividad general de Einstein.

    En 2016, en el Reino Unido, Cambridge Analytica identificó a una porción de votantes indecisos que los partidarios de seguir perteneciendo a la Unión Europea ni siquiera sabían que existían, y les dirigió miles de mensajes personalizados. Mientras que a los amantes de la caza les enviaba publicidad sobre las regulaciones en el tema que establecía la UE, a los afiliados a sociedades protectoras de animales les enviaba fuertes denuncias sobre la desprotección a la fauna local que implicaba permanecer en la alianza.

    Este mecanismo introduce una transformación fundamental en las reglas del juego. En el pasado, la política tenía que agrupar al mayor número de personas detrás de una idea o mensaje común, lo que obligaba a una tendencia hacia el centro. Hoy las nuevas tecnologías permiten un cambio de enfoque: exacerbar el enojo de grupos particulares y contradictorios para luego encolumnarlos detrás de un candidato o una causa común. Radicalizar y sumar, en lugar de agrupar voluntades en respaldo de determinado programa.

    El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su obra Infocracia, va más allá: sostiene que las nuevas plataformas de comunicación son incompatibles con la democracia republicana. En apoyo a su argumento, retoma una cita de Jürgen Habermas, quien en “Historia y crítica de la opinión pública” establece un vínculo directo entre la cultura del libro y la constitución de una esfera pública democrática. La imprenta, sostiene, amplía un público letrado capaz de dar forma a las ideas de la Ilustración. La preponderancia del libro como medio encuentra su reflejo en la primacía de un discurso racional, coherente y ordenado en la esfera pública, mientras que la irrupción de los medios masivos de comunicación (la radio y la televisión) destruye el discurso racional determinado por la cultura del libro e inaugura la época de la «espectacularización» de la política.

    La televisión televisa el discurso y las noticias se vuelven cada vez más breves, pero los medios conservan aún la estructura de “anfiteatro”: obligan a dirigirse simultáneamente a una audiencia amplia con un mismo mensaje. Y, para cerrar el círculo, los temas que se emiten en televisión más tarde son comentados por la población en sus ámbitos sociales.

    Lo que produce la masificación del entorno digital gobernado por algoritmos es la ruptura del esquema de “anfiteatro”. Los algoritmos que la rigen, por su lógica misma, configuran un entorno que no es verdaderamente social, ya que la selección de contenidos, producidos a escala masiva por los propios usuarios, varía para cada persona. Además, el mensaje personalizado permanece oculto para el resto de la ciudadanía. Las redes sociales no son sociales, sino todo lo contrario. 

    Tras la victoria de Donald Trump en 2016, Cambridge Analytica se jactó de haber construido un perfil detallado de cada votante en Estados Unidos, y sostuvo que el uso de big data había desempeñado un «papel determinante» en el resultado electoral.

    Lo que los ingenieros del caos comprendieron bien es que, en el mundo de la mediación 2.0, el éxito en política ya no se basa en argumentos racionales, sino en la manipulación de emociones como el miedo, la ira y la indignación. La verdad objetiva ha perdido relevancia: lo importante es la percepción y la narrativa que se construye para cada individuo. Ya no son necesarios ni un discurso moderado ni una estructura partidaria sólida; basta con saber cómo concitar la atención y llegar a las masas de manera virtual.

    De la casta a los populistas

    Italia es una suerte de Silicon Valley de nacional-populismo, el lugar en el que tuvieron lugar diversos experimentos populistas antes que en el resto del mundo, cuyo mayor exponente fue el mencionado Movimiento 5 Estrellas. Allí salió a la luz, en 2007, un libro que al poco tiempo se convirtió en best seller, titulado “La casta”, que apuntaba contra los privilegios de la clase política.

    Este quiebre de la confianza en la conducción de la sociedad es el terreno fértil sobre el que se apoyan los nuevos liderazgos populistas. Más allá de la coherencia de sus programas o de la viabilidad de sus propuestas de progreso, la promesa básica de estos movimientos consiste en «humillar a los humilladores». Desde la perspectiva del nacional-populismo, el fracaso de la casta política simboliza también el agotamiento del desarrollismo capitalista posterior a la Guerra Fría.

    La caída del Muro de Berlín coincidió con una época de desarrollo de las tecnologías de comunicaciones y de la computación. El capitalismo occidental, incorporando a millones de personas al consumo, se mostraba con un nuevo impulso desarrollista que, al mismo tiempo que elevaba las condiciones de vida, prometía democratizar la vida y las comunicaciones.

    Pensemos, comparativamente, en las figuras de Bill Gates y de Mark Zuckerberg. Cuando el primero fundó Microsoft y prometió una computadora personal en cada hogar, fue visto como un benefactor social, como alguien que aportaría a la democratización del conocimiento. El segundo, en cambio, es uno de los mayores exponentes del empresariado tech en una época en la que ya cayó el velo de la ingenuidad. Se trata de alguien que negocia con nuestros datos y nos hace adictos a las pantallas en favor de su propio beneficio económico, sin importarle las consecuencias negativas que esto tenga en la población.

    El capitalismo posterior a la caída del Muro de Berlín empezó a mostrar pronto sus límites: crisis climática, aumento de la desigualdad y retorno a las tensiones geopolíticas, recrudecidas enormemente en los últimos años con la guerra en Ucrania y el genocidio en Palestina. Los nuevos populismos de derecha achacan el fracaso a la casta política y proponen, en cambio, un capitalismo de ganadores y perdedores en el que los fuertes aplasten a los débiles.

    Pero, desde sus formas, usos y costumbres, estos líderes nacional-populistas buscan alejarse lo más posible de los políticos tradicionales. Cuando la política llega al límite y las masas se decepcionan de los dirigentes, una serie de rasgos que en la política tradicional podrían ser vistos como defectos se convierten en virtudes.

    "La Libertad Guiando al Pueblo", el nuevo número de la revista Jacobin.
    “La Libertad Guiando al Pueblo”, el nuevo número de la revista Jacobin.

    La inversión del reglamento

    Superado cierto nivel de desconfianza y de enojo en la opinión pública y en el electorado, las reglas de la política se invierten. Lo que estaba bien se vuelve malo y viceversa. Comportamientos tradicionalmente castigados en política —mentir, agredir, transgredir normas básicas de la convivencia democrática— se transforman en señales de sinceridad, valentía o rechazo a las élites, mientras que el respeto institucional o la moderación son leídos como signos de hipocresía o debilidad.

    En una charla con el periodista y analista político argentino Carlos Pagni, Da Empoli ejemplificó este punto con Donald Trump. En su primera presidencia, durante una conferencia en Colorado, el mandatario estadounidense afirmó estar construyendo un muro en la frontera estatal para proteger al país de los inmigrantes mexicanos. A pesar de los aplausos, una gran parte de la audiencia sabía perfectamente que no hay frontera entre Colorado y México. La frontera de Colorado es con Nuevo México, que es parte de Estados Unidos.

    Ante una declaración tan absurda, opositores y periodistas críticos salieron rápidamente a tildar al presidente de ignorante y estúpido. Efectivamente, Trump se equivocó: no fue un error intencional. Pero este error, continúa Da Empoli, produjo efectos políticos favorables para el líder republicano. Primero: se volvió a hablar de la propuesta de construir un muro con México, tema clave de su campaña. Segundo: los indignados con su fallido son precisamente aquellos a quienes cuestiona como parte del establishment, por lo que él, equivocándose, se mostró del lado de la gente y contra el régimen. Y tercero: sus dichos constituyeron un gesto de extraordinario voluntarismo en épocas en que la política tradicional tiene mil y una excusas para plantear que la mayoría de las cosas son “imposibles”. Tan voluntarista que propone un muro sobre una frontera inexistente.

    En última instancia, la identificación irracional crea un sentimiento de pertenencia mucho más fuerte que la adhesión racional, porque se basa en la fe. Así lo demuestran los colectivos que se agrupan tras las teorías conspirativas más variadas, como los terraplanistas o los adeptos a QAnon, en su mayoría también seguidores de líderes populistas.

    Gobierno memecoin

    Recientemente, el presidente argentino, Javier Milei, ha quedado involucrado en una estafa cripto de resonancia internacional. Mediante sus redes promocionó una memecoin que, en pocas horas, elevó su valor de mercado hasta los 4 mil millones de dólares para luego desplomarse a cero, permitiendo que los creadores de la moneda estafen a miles de personas en todo el mundo en por lo menos doscientos millones de dólares.

    Las memecoin no tienen sustento material: su precio se eleva y se derrumba sin piso en función de las expectativas.

    La incógnita que surge a propósito del arte de estos «ingenieros del caos» es si no les ocurrirá lo mismo que a las memecoins. Es decir, que sus armados y apuestas políticas se derrumben súbitamente cuando retrocedan las expectativas sobre las emociones que estimularon en aras de dominar la agenda pública. Esta es una posibilidad real porque, en definitiva, lo que sirve para llegar al poder no necesariamente sirve para conservarlo.

    Los outsiders populistas del nuevo siglo conquistaron el gobierno sin armados políticos sólidos. Incluso sin contar con bandas organizadas para respaldar sus políticas mediante acciones callejeras violentas, como las que tenían los fascistas del siglo XX. Esto no minimiza su capacidad de daño, pero sí los vuelve un tipo particular de reaccionarios.

    Ante la irrupción intempestiva de estas fuerzas, los políticos tradicionales han optado por dos estrategias. La primera pasa por esperar la implosión de sus proyectos para volver más o menos con lo mismo de siempre, como en el caso de Joe Biden. La segunda apunta a incorporar algo del lenguaje, las estrategias y los modos de estos movimientos para la defensa de ideas y programas distintos.

    El nudo del problema, sin embargo, radica en que las nuevas herramientas que posibilitan el fenómeno son intrínsecamente fragmentadoras y desinformadoras.

    El reto, por lo tanto, consiste en modernizar las estrategias políticas al nuevo ecosistema digital sin sacrificar la profundidad del análisis ni el compromiso con la verdad. La izquierda, que en el pasado buscaba canalizar el descontento social hacia un programa concreto de transformaciones, enfrenta ahora el desafío de penetrar en el mundo digital para difundir sus ideas, sin ceder a la tentación de la superficialidad ni caer en polarizaciones vacías de contenido.

    Es necesario aprender de los «ingenieros del caos» para contrarrestar sus efectos, pero evitando sus vicios. En última instancia, la lucha por la información y la atención se ha convertido en un eje central de la nueva batalla por el poder político en el siglo XXI.

     

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