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    La Maximíada

    Telemaco es el hijo de Ulises  y Penélope. Cuando comienza el poema, Ulises lleva veinte años fuera de Ítaca: diez en la Guerra de Troya y diez perdido en su regreso. Durante esa ausencia, la isla está sitiada por un centenar de pretendientes que consumen las riquezas del palacio esperando que Penélope elija un nuevo esposo, creyendo que Ulises ha muerto. Telemaco, apenas un adolescente, vive humillado por estos hombres que invaden su casa y se burla de su impotencia para expulsarlos. Su madre, por su parte, resiste tejiendo y destejiendo un manto, engañando a los pretendientes para no elegir.

    Impulsado por Atenea, quien lo alienta a asumir su rol de heredero, Telemaco emprende un viaje para buscar noticias de su padre. Visita a Néstor en Pilos y a Menelao en Esparta, aprendiendo sobre el mundo, la guerra y los valores de los héroes. Este viaje –la Telemaquia, en los primeros cantos de La Odisea– simboliza su tránsito de la pasividad infantil a la acción adulta. Cuando Ulises regresa, Telemaco ya no es un niño: se convierte en su aliado para derrotar a los pretendientes y restablecer el orden en Ítaca, completando así la historia de su linaje y consolidando su identidad como hijo y como futuro rey.

    Para Telemaco no era fácil ser hijo de semejante leyenda. Ulises no era solo un héroe, era el héroe más astuto, venerado por su inteligencia y valor. Telemaco creció escuchando historias de su padre: el guerrero que venció a Troya con su idea del caballo, el que desafió a los dioses y se enfrentó a monstruos. Pero en su vida cotidiana, Ulises no estaba. Telemaco creció sin su figura, con su ausencia como única presencia real, y rodeado de hombres que lo humillaban y se burlaban de su debilidad.

    Estamos hablando de la Odisea y de la Ilíada, pero también estamos hablando de muchas historias de hijos que tienen que desafiar el legado de grandes padres. Máximo Kirchner, se encuentra en uno de los desafíos más importantes de su vida: convertirse en el heredero electoral del capital político kirchnerista, ganar la conducción del peronismo y ofrecer una salida alternativa al gobierno de Milei. Todo eso, mientras enfrenta sus adversarios dentro del movimiento y una de las peores imágenes de la política local.

    Máximo Kirchner estilo mitología griega. Creado con IA
    Máximo Kirchner estilo mitología griega. Creado con IA

    Después del interregno unitario que significó la detención de Cristina Fernández de Kirchner, el peronismo bonaerense reactivó la discusión electoral de cara al 7 de septiembre. Máximo tomó su lugar en el ring. Voces en on y en off advierten que busca ser el candidato en la Tercera Sección, el distrito que deja vacante su madre, inhabilitada de por vida para cargos públicos. Para eso teje su alianza con Sergio Massa, que si bien aún no jugó fuerte, se muestra cada vez más cercano. Desde el kicillofismo tensionan con la amenaza de ruptura, pero por ahora es un escenario improbable.

    En La Cámpora sostienen que Máximo es la figura más convocante del peronismo bonaerense. Sin embargo, los números son crueles: “Tiene 72% de imagen negativa, una de las peores de la provincia. En la Tercera un poco menos. Es muy injusto, por la demonización de todos estos años, pero es así”, contestan, según la crónica de Pablo Ibáñez en Cenital, desde el entorno del gobernador.

    El raid mediático que protagonizó tras la condena de CFK lo ubicó en el centro de la escena política. Su objetivo es claro: mostrarse como un cuadro sólido, capaz de encarnar la renovación kirchnerista. Hoy La Cámpora sigue siendo la organización con mayor volumen electoral y capacidad de movilización. La marcha a Plaza de Mayo en repudio al “fallo proscriptivo” que inhabilitó a CFK lo demostró. La Cámpora fue, por lejos, la organización más visible y numerosa.

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    Citando el eslogan libertario, para Máximo Kirchner “todo marcha de acuerdo al plan”: de la condena a la movilización, de la movilización al raid mediático, y de allí a la candidatura. Falta saber si Axel Kicillof se opondrá o, como sugiere el realismo político, terminará acompañándolo.

    Por otro lado, está el plan B. Todo sale mal, los libertarios aplastan al peronismo en suelo bonaerense. Si eso sucede, el último bastión de la resistencia será la Tercera Sección, donde efectivamente Máximo quedará en pie como el principal activo del peronismo en la derrota. En ese pésimo escenario, igual Máximo termina ganando, aún en medio del desastre.

    Máximo, una proyección de Néstor

    Si se bucea en su historia, todo parece marchar según el plan desde hace décadas, incluso antes de que Máximo supiera que había un plan para él.

    Según Eduardo Zanini, autor de su biografía no autorizada, Máximo fue un joven problemático. Mientras Néstor Kirchner era intendente de Río Gallegos y luego gobernador, su hijo no lograba terminar el secundario y deambulaba entre carreras universitarias que abandonaba sin pena ni gloria. También, según Zanini, tuvo problemas con las drogas y protagonizó algunos episodios bochornosos que quedaron sin consecuencias por su apellido.

    Cuando Néstor asumió la presidencia en 2003, decidió enviarlo a La Plata para que estudiara Derecho. Fracasó, como fracasó su paso por periodismo en TEA. Finalmente, cansados de buscarle alternativas, los Kirchner lo pusieron a administrar las propiedades familiares. Fue entonces cuando, entre Alberto Fernández y Rudy Ulloa, surgió la idea de crear una agrupación juvenil kirchnerista. Néstor se apropió del proyecto: necesitaba cuadros propios para disputar poder dentro del PJ, un partido que le resultaba ajeno y hostil. Máximo quedó al frente.

    El plan avanzó con lentitud. Primero se sumó Mariano Recalde, hijo de Héctor Recalde. Luego Andrés “El Cuervo” Larroque y José Ottavis, del movimiento estudiantil que había resistido a la Franja Morada al final del gobierno de De la Rúa. Después llegaron Mayra Mendoza, con militancia barrial, y Wado de Pedro, Juan Cabandié y Fernanda Raverta, todos hijos de desaparecidos vinculados a organismos de derechos humanos.

     

    La dirección de La Cámpora pertenece a una generación nacida en dictadura y formada políticamente en el estallido del 2001. Máximo, aunque contemporáneo, llegó a la política por impulso familiar. Nunca militó antes. Sin embargo, fue el puente que conectó a estos jóvenes con el Estado. Gracias a él, Néstor los recibió en Olivos, los escuchó y los formó ideológicamente.

    La Cámpora nació para disputar poder en dos frentes: el Estado y el PJ. Desde 2006 avanza sin pausa. A medida que encarnaba el plan de su padre, Máximo fue pareciéndose cada vez más a Néstor, dejando atrás la figura del joven problemático que inspiraba burlas y malicia.

    Ahora, se encuentra en su Maximiada, su Ilíada personal, una aventura de superación en la que probará su puede encarnar la representación del kirchnerismo y la renovación peronista. Este desafío empezó por un lugar muy concreto: el cuerpo.

    Hay cambios físicos que sintetizan las transformaciones políticas y personales de un dirigente. El caso más paradigmático son las patillas de Carlos Menem que separan su fase de caudillo del interior a la de presidente neoliberal que privatiza empresas y puede amenazar a los ferroviarios con la tristemente célebre frase “ramal que para, ramal que cierra”.

    Máximo, a medida que se fue haciendo dirigente de mayor peso en el peronismo, fue adelgazando. Es muy interesante ver el recorrido de esta transformación. Según la nota de Nico Florentino en Anfibia, Máximo entendió que debía hacerlo para sacarse el estigma de “hijo acomodado que solo juega a la play”.

    En la actualidad, tras la detención de Cristina Kirchner, todos los cañones apuntan a Máximo Kirchner. En medio de una raid mediático, en los que trata de construir su imagen de sucesor del kirchnerismo y figura fuerte del peronismo.

    Hay algo interesante en todos estas entrevistas que dio ultimamente. Máximo se presenta como alguien hábil, al que periodistas experimentados no logran hacer perder el eje, pero contradictoriamente, nos da la sensación de que no hay nada nuevo bajo el sol, de que es el mismo kirchnerismo de siempre con sus virtudes y sus límites. Como si ganara cada batalla argumentativa, pero perdiese la guerra general por presentarse como una verdadera renovación.

    A medida que va avanzando en el proyecto que su padre armó para él, se va transformando en una suerte de clon de Néstor. Tal vez ese sea el problema, que debe poder inventar, sintetizar una nueva forma de kirchnerismo, una fase de este movimiento que pueda jugar en los tiempos que corren. En palabas de su adversario: “componer nuevas canciones”.

     

     

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