Un amigo publicó hace poco un chiste que decía: “¿La IA me va a reemplazar? A ver si puede tomarse un vino un martes a la noche”. Lejos de juzgar la conducta etílica de cada uno, estoy convencido de que en ese chiste se cifra la clave para salir de la paranoia.
Una de las discusiones del momento es la de los alcances y límites de la inteligencia artificial. Es uno de esos ámbitos donde todos hacemos pronósticos de futuro con semblante serio y rascándonos la pera, por no admitir que no tenemos idea de qué va a pasar. Y no es por cinismo, escepticismo, ni por hacer gala de ignorancia. Tristemente debemos trabajar sobre las limitaciones epistemológicas de la historia, y una de ellas es que, a menos que creamos firmemente que todo lo que ocurrirá es el despliegue de un plan racional determinado a priori, el futuro no se puede conocer. Sonrían, por eso es futuro.
Nos quedan, sin embargo, algunas simpáticas opciones: pronosticar, profetizar, especular. Movernos entre el campo de lo probable y lo posible. Claro que si esto no nos satisface demasiado es porque generalmente aquello que estaba delimitado en nuestro campo de lo probable nunca ocurre, y lo que sí ocurre muchas veces excede a nuestro viejo campo de lo posible.

Volviendo entonces al vino de los martes y la IA. ¿Hasta dónde va a llegar su dominio maquínico sobre el mundo? No sé. Ni idea. Pregúntenle a Nick Land, ese filósofo oscuro que predice un futuro de máquinas sin humanos, si quieren entrar en pánico. Yo, en cambio, prefiero reflotar un cierto marxismo hedonista que nos ayude a dejar de sufrir.
Cuando nos preocupa el reemplazo de la IA podríamos preguntarnos: ¿qué es lo que realmente no querríamos perder de nuestras actividades? Por obvias razones, la primera respuesta suele ser: no querría perder mi trabajo. Pero pensalo dos veces: ¿no querrías perder tu trabajo, o no querrías perder tu salario? ¿Tu apego es a madrugar, a cumplir horarios, a protestar con jefes o con las redes sociales de tu emprendimiento? ¿O a la estabilidad económica que ese trabajo (parcialmente) te brinda?
Un cuplé de la murga Cayo La Cabra cantaba en 2014: “Sin los trabajos de mierda se cae el sistema, dicen, y no entiendo el problema”. Ese parecería ser un poco el tema. Una encuesta de este año indica que el 84% de los argentinos no está conforme con su trabajo. Y, ¿quién tendría que estarlo? ¿Quién siente que lo que hace en el trabajo, exactamente eso, es aquello que definiría como su razón de ser en el mundo?
Vamos entonces con ese otro problema. Nuestra razón de ser en el mundo. No vengo (vade retro) a proponer respuestas sustancialistas, religiosas ni de coaching. Pero: ¿qué cosas te hacen sentir que eso sí es lo que querrías seguir haciendo? Arriesgo una hipótesis: el placer. Placer en sentido amplio y en su máxima dignidad. Sí, el placer de un orgasmo, pero también el placer de ver llegar a una persona a la que querés mucho; el placer de entender un tema que te costaba; el placer de tu cuerpo sintiéndose fuerte porque hiciste ejercicio; el placer de las drogas psicodélicas; el placer de escuchar una canción que te pega en un punto sensible; el placer de sentirte en comunidad con otras personas.
Y esa es mi única certeza en este tema, lo único que sé que la IA no va a poder hacer: sentir placer por mí. Por supuesto, puede condicionar los placeres, pero no sentirlos. Una IA puede escribir canciones, pero no llorar por ellas. Puede redactar argumentos filosóficos, pero no fascinarse con ellos. Puede generar pornografía, pero no puede sentir el erotismo. Entonces: ¿qué demonios me importa que me reemplace en llenar planillas, repartir hamburguesas, escribir código, redactar mecánicamente, si yo puedo sentir placer?
Estás desperdiciando en trabajar mucho tiempo que podrías usar en orgías.
Sin embargo, se nos pierde un detalle. Nadie vive de sentir placer. Vivimos de trabajos de mierda. Y de hecho la distribución de los roles en este momento del capitalismo es tan absurda que le encargamos a la IA que haga pinturas, escriba poesía y componga sinfonías, mientras nosotros hacemos todos los mismos trabajos indeseables de siempre. Es más, ahora que la IA escribe canciones, quizás ya no tengamos que gastar esas pocas energías que nos quedan al final del día intentando rasguear tres acordes. Podemos decirle nuestras ideas al chat, que nos haga algo, y usar ese tiempo en una changuita online con la que hagamos unos mangos más.

Todo al revés. Es un desastre. Supongo que la parte del hedonismo ya está parcialmente justificada, pero, ¿por qué este vago que no quiere trabajar apela al marxismo?
Una de las formas de describir el movimiento de la historia que el marxismo propone es el pasaje del reino de la necesidad al reino de la libertad. “El reino de la libertad sólo empieza efectivamente allí donde cesa el trabajo, que está de hecho determinado por la necesidad y las consideraciones mundanas; así, en la naturaleza misma de las cosas, se sitúa más allá de la esfera de la producción efectiva”. El reino de la necesidad, el de nuestra relación con la naturaleza, es el de la exigencia de mantener nuestros medios de vida. El que nos obliga a arar la tierra con cierta dificultad si queremos cosechar, y cosas así.
El problema que nos pone la IA como elemento revolucionario de los medios de producción, más aún en combinación con la robótica, es que el reino de la necesidad ya no tiene la fuerza imperiosa de antes: ya no hace falta sufrir tanto. Realmente, una máquina te podría reemplazar. Podría, y serías más feliz. La IA nos pone materialmente mucho más cerca del reino de la libertad que de la imagen de esclavos de un algoritmo que estamos construyendo penosamente.
Marcuse retomó polémicamente uno de los elementos conservadores en El Malestar en la Cultura de Freud: el antagonismo entre civilización y placer, según el cual es impensable un ambiente libre de represión. Pero señala que el presupuesto fundamental para que exista tal antagonismo es la escasez entendida como lucha por los recursos. La escasez que nos obliga a querer hacer un trabajo no placentero, pues de otro modo no viviríamos. Pero la excusa de la escasez se debilita cuando el conocimiento y el control del hombre sobre la naturaleza aumenta los medios para satisfacer las necesidades humanas con un mínimo de esfuerzo.
“Cuanto más cerca está la posibilidad real de liberar al individuo de las restricciones que en otras épocas se justificaban por la escasez y la falta de madurez, tanto mayor es la necesidad de mantener y optimizar estas restricciones para que no se disuelva el orden de dominación establecido. La civilización tiene que defenderse del espectro de un mundo que podría ser libre”. Lo socialmente regresivo para Marcuse no es la mecanización y coordinación de las tareas, sino su confinamiento bajo libertades y elecciones espurias.
El texto de Marcuse fue escrito en el 55, imaginemos desde entonces si esa vía no se profundizó brutalmente. Fisher nos permite asociar este Marcuse proto-aceleracionista con el pasaje al reino de la libertad. Si la necesidad podría ser casi extinguida por la tecnología, lo que nos queda es una represión excedente, la dominación por la dominación misma. Hacemos trabajos de mierda, porque a los dueños de los medios de producción les sirve que ocupemos ese rol.
Entonces: ¿qué hacemos con la IA, si no parece que el capitalismo esté yéndose a ningún lado? De momento, dejar de temerle. Y si hay un problema, formularlo mejor. El problema no es que ocupe cada vez más ámbitos que antes eran humanos, el problema es que no podamos intervenir en decidir qué ámbitos debería ocupar y cómo. No temas a la IA, viejo marxista, no temas a la IA, amigo humanista: es un martillo más. Se los juro como nostálgico empedernido, como tanguero plomazo.
La automatización no amenaza nuestras emociones crepusculares; promete que podamos dedicarnos a ellas más tranquilos. Una de las perlitas más lindas de la filosofía epicúrea es el tetrafármaco, el remedio cuádruple contra los males del alma: no hay que temer a los dioses, porque son indiferentes; no hay que temer a la muerte, porque cuando estamos la muerte no está y cuando la muerte está nosotros no estamos; el placer es fácil de conseguir; el mal es fácil de soportar. Permítanme agregar un quinto: no temamos a la IA, porque en nada de lo que realmente importa puede reemplazarnos. Mientras no pueda tomarse un vino un martes a la noche, no es mi amenaza. Es apenas otro martillo. Y esta vez, uno que podríamos usar para abrir, de una vez, la puerta del reino de la libertad.